martes, 20 de mayo de 2008

Arena

De la tierra venimos y a la tierra vamos, somos arena, diminutos granos que se van erosionando con el paso del tiempo y el roce, el bueno y el malo. Sufrimos una condena en la ausencia. Complicados nos desenvolvemos los humanos: cuando creemos que tenemos todo, todo o parte de este todo se va al garete.
¿Podemos asegurar que mañana o dentro de un año estaremos en el mismo lugar a la misma hora?
Nadie podría afirmar algo así, sin embargo, nos devatimos entre cúmulos materiales que nos hacen sentir una sensación de falsa seguridad en el espacio, es como si cuantos más bienes poseamos más podemos aferrarnos a ellos para demostrar que estamos vivos y que mañana seguiremos aquí, en nuestro sitio ¡he aquí el orgullo del materialista!
Lo único que nos acerca a un sentimiento vital es el dolor. La pérdida. Es justamente cuando nos empeñamos en hacer balance de lo que hemos hecho hasta ahora y hacía dónde vamos, lo que hemos conseguido, lo que hemos dejado atrás, lo que nos impide continuar, lo que nos ayuda... y esto no es malo, de hecho, si no fuera por estos momentos: no pensariamos en el todo, porque por lo general deconstruimos el día en fragmentos de tal manera que acabamos tan exhaustos que nos limitamos a continuar, a comportarnos como marionetas cuyos hilos nos atan a conductas sin versatilidad.
De las pérdidas podemos salir aiorosos, más fuertes, enfrentarnos a la vida con crudeza, con la misma crudeza con la que ésta nos lesiona o podemos de otra forma; salir débiles, indefensos... y aquí nace el instinto de supervicencia y aquí yace el pusilánime y triunfa el disoluto.
En tiempo de crisis hasta el más ferviente materialista denota una alta esencia humanista.



1 comentario:

Elipse dijo...

Cuñanto ha dicho el texto!!Nunca había pensado en esa comparación,me parece excelente!!!