domingo, 31 de agosto de 2008

Falta de control

A través del cúmulo de opción-resolución a los que a diario nos vemos sumidos, fluye el "insight".
Porque la conducta de nuestro yo no es otra cosa que un intento de control sobre todo ese número de elementos que provocan nuestro debatir inconfesable, generalmente hablando, y muchas de las veces inconsciente.
Intentamos establecer en el todo; un orden universal o particular, según el caso, que nos permita predecir el transcurso de nuestros acontecimientos venideros y en la medida de lo posible, el de los demás, basándonos en las experiencias anteriores que han llegado a fraguar nuestro carácter maleable al antojo de las circunstancias y el cual, empero, defendemos a ultranza.
La causalidad, totalmente amorfa e impredecible, es sin embargo el principio por el que se va a regir nuestra conducta, influída por empíricos índices estadísticos.
Nuestro yo establece las pautas que han de erguirse durante los procesos de decisión, las cuales siguen a pies juntillas y cuyo error provocaría una nueva pauta de comportamiento en una futura coyuntura de similares características.

Cualquier indicio progresista en nuestra actividad surge de un conflicto directo con el "insight" a modo de aprendizaje vital y totalmente vinculado con un intento de control.

miércoles, 13 de agosto de 2008

El miedo

Uno no elige sus miedos. Son los miedos los que lo eligen a uno.
Desde que el ser nace todos los miedos del universo observan el momento adecuado para avalanzarse sobre él y someterlo a las fobias que acarrean.
Basta que el ser se sienta confuso, temeroso o dubitativo ante una determinada circunstancia, para que uno de esos miedos aproveche la coyuntura y logre alcanzar su objetivo.
El ser relacionará la situación concreta adyacente con el miedo que en ese momento haya rozado su aura sentimental y desde este momento quedará adscrito a él.
Hay un dicho que afirma que "la mejor forma de librarse de un miedo es enfrentarse a él", pero esta solución no siempre debe ser la más recomendable:
El término valiente, es un término obtuso, ya que se interpreta como símbolo de virtud y sin embargo en la práctica común, no se entiende como tal.
La virtud se caracteriza por ser un punto intermedio, una balsa que posada en aguas tranquilas se balancea con el suave ritmo de la marea.
Valiente por tanto no significa lanzarse sin pensar a superar un miedo, arriesgarnos sin que nos importe qué vamos a encontrar después de éste. Podría actuar así un loco y no sería plausible llamarlo "valiente". Tampoco es virtud, actuar en el extremo contrario; no avanzar, quedarnos estáticos y temerosos de lo que podemos encontrar y que esta actitud nos impida actuar de alguna forma.
Ser valiente, como virtud en sí misma, es sopesar la situación, escrutar hasta el más mínimo resquicio y decidir con sabiduria si el paso que daremos debe ser más o menos profundo, porque es así como actuaremos con virtud y es éste el fin de la valentía.