La tarde entraba discretamente en el pueblo y Emiliano salía de su casa para hacer algún recado. Vestía una camiseta blanca descolorida y caminaba torpemente debido a su edad.
María, que perdía el tiempo sentada en un pequeño tablón, lo miró con compasión.
En ese preciso momento una música atronadora cruzó la calle desde un coche "tuneado", entonces Emiliano giró sobre sus propios pasos y debió preferir volver a salir un poco más tarde porque volvió a entrar en su casa.
Unos niños negros y blancos jugaban cerca de la orilla de la playa cuando Marcelo dobló alegremente la esquina del bar Telémaco.
María le habló de Emiliano. No entendía como aquel hombre vivía solo en aquella casa a la que llamaban "la guarida del gusano", su avanzada edad y lentitud de movimientos seguramente le impediría mantener la casa limpia y ordenada.
Marcelo miró entonces un poco avergonzado a María y reconoció que él a veces visitaba a Emiliano, solía ir algunos lunes y todos los viernes. En ocasiones incluso desayunaba allí durante el descanso de las clases. Alguna vez llegó a echar una cabezada hasta que llegaba la hora de marcharse. Se sentía muy bien en "la guarida", aunque reconocía que las paredes de la casa tenían hollín.
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