El transcurso da lugar a una vorágine de cambios, todo está cambiando constantemente. Nunca nos bañamos en el mismo mar, nunca pisamos la misma tierra, o no podemos estar desplazándonos eternamente por un mismo camino.
Nos obsesionamos con esta vorágine de cambios y como un engranaje más de este extraño artilugio esférico, nos acoplamos en uno de los lugares de los que irremediablemente creemos formar parte.
En realidad no se fracasa en el intento de dar lugar a un fin sino simplemente se yerra al adoptar el lugar al situarse en la maquinaria. En ese preciso momento ofuscado este error, en principio banal, no se percibe como tal y peor aún, en muchas ocasiones no permite continuar, cuando la solución está, simplemente, en adoptar otra posición en el mecanismo.
Los viejos; vuelven a ser niños, en parte. Desaparecen los temores de la situación en la vorágine tal y como todavía no habían aparecido en los niños.
¿Quién osa indicarnos como parte de qué engranaje tendremos que situarnos para alcanzar una plenitud en nuestro fin?
Es importante el fin, empero, no la falta involuntaria en los medios. No debe ser considerado cada medio como un fin en si mismo.
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