Hay ciertos momentos donde se conecta con un determinado disco que contiene sin pretenderlo mucha parte de una vida y se graba en la piel a hierro candente.
La música traspasa las fronteras que tiene marcadas por lo idiosincrásico de su propuesta y se apodera de alguna parte de tu cuerpo a modo de tic nervioso que lleva a que las melodías a ella adscritas terminen gobernando el sistema, por lo menos por un periodo determinado de tiempo.
Como cualquier estímulo externo la respuesta puede ser atractiva o totalmente desestimulante pero inevitablemente tanto en un caso como en el otro martillea sin remedio todo ente cognitivo y amaneces con las mismas cantinelas una y otra vez. Cada disco un mundo.
La música traspasa las fronteras que tiene marcadas por lo idiosincrásico de su propuesta y se apodera de alguna parte de tu cuerpo a modo de tic nervioso que lleva a que las melodías a ella adscritas terminen gobernando el sistema, por lo menos por un periodo determinado de tiempo.
Como cualquier estímulo externo la respuesta puede ser atractiva o totalmente desestimulante pero inevitablemente tanto en un caso como en el otro martillea sin remedio todo ente cognitivo y amaneces con las mismas cantinelas una y otra vez. Cada disco un mundo.
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