Y la velada quedó cubierta por un manto de oscuridad, y la oscuridad abrigó una capa de humo de cigarrillos que impregnaba todo concepto textil que encontraba a su paso.
Sólo unas tenues luces rojas sirvieron de faro reconfortante en el mar de humo. Funcionaron de guía espiritual indicando el origen de la bendición en el espeso ambiente o como muchos la llaman, la maldición sucia con un destino ansioso, directo y jodido.
Surgieron las presuntuosas figuras cortando la densidad que las distanciaba de mí, y a ráfagas, con sus diabólicos contoneos y un sonido atronador desquebrajaron cualquier atisbo de pensamiento entre esto y lo otro y esto y aquello. Todo empezó y en menos de un instante todo terminó.
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