Es algo extraño lo que ocurre en la playa un luminoso y caluroso día de verano. La permanencia durante unas horas en la misma funciona a modo de terapia gratuíta que ayuda a superar algunos de los enfoques negativos del entorno.
En el caso de que la estancia en el planeta tierra no sea del todo placentera se puede recurrir a iniciarse en esta sencilla práctica donde el vaivén de las olas, el murmullo del mar o los gritos de los niños al tirarse bolas de arena terminan provocando una sincera mejoría en el estado de ánimo.
La playa ofrece un mensaje sin concesiones que se dispara a discrección con el objeto de impactar en algún lugar de la cabeza y desatar una lluvia de confetti de colores y bienestar. Tal mensaje corroe como un virus y se propaga en cada uno de los seres humanos que ilusionados pisan la arena.
Está claro que la sensación dura precisamente sólo esas horas en las que permanezcamos en dicho lugar, pero no por ello debemos de quejarnos.
En el caso de que la estancia en el planeta tierra no sea del todo placentera se puede recurrir a iniciarse en esta sencilla práctica donde el vaivén de las olas, el murmullo del mar o los gritos de los niños al tirarse bolas de arena terminan provocando una sincera mejoría en el estado de ánimo.
La playa ofrece un mensaje sin concesiones que se dispara a discrección con el objeto de impactar en algún lugar de la cabeza y desatar una lluvia de confetti de colores y bienestar. Tal mensaje corroe como un virus y se propaga en cada uno de los seres humanos que ilusionados pisan la arena.
Está claro que la sensación dura precisamente sólo esas horas en las que permanezcamos en dicho lugar, pero no por ello debemos de quejarnos.